Un auto bruscamente clavó frenos
muy cerca mío. Negro. No le vi
la cara al conductor. De la vereda
de enfrente asceleró, frenó a mi lado
y ahí permaneció, con el motor
latiendo, gran vulpeja que se esparce.
Seguí mi marcha, pude no saltar
en busca de pared. Ni una palabra:
sólo dos guasos, y amedrentamiento
quizá real. La noche, en sus inicios.
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