Hablan allá, y escucho
y me imanto, y lo que oigo
me atañe malamente,
y me retuerzo: un túnel
tendido entre esa mesa
y yo. Jamás consigo
arrancarme de sus
palabras, de sus risas,
y espero, maniatado,
menoscabado. Luego
algo desarma el viaje
(ese infierno sonoro,
que se repetirá),
y un taxi me conduce
de regreso a mi gruta.
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