Los caniles cantores y la lenta alborada
reptaron por mi cuello deseosos de cordura;
yo miré las almenas que un agrio pasacalle
hubo decapitado junto a la fosa feble.
Pebeteros del alma, de pronto rupturistas,
prorrumpieron en llanto como secos madroños;
un ángel pretencioso desbalanceó la noche
y todos los periplos se entregaron al Símois.
¡Olvidado trapero! Tu copa se contrajo
al fondo de la noche, como solemne ofrenda
que hiciera de tu sirga la tanza de la nieve.
¡Mísero cementerio! Las colmenas del odre
llamaron a tu puerta, duchas como la sangre
de todos los perjuros que provienen del Sol.
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