Te vas, entonces. Vuelve
la infinita alegría
de apoyar mi cabeza
en tu rodilla, padre,
después de haber cenado,
y sentirme querido
por sobre todo. Vuelve
la insólita niñez,
ese regalo, breva
nacida de tu mano.
Y se aleja el rencor,
o se hace incomprensible
la vida, que enfrentara
dos voluntades. Quietos
ante el final, que nunca
se sabe cuándo llega
y que esperás, postrado,
me siento, diluido
el odio, junto a vos,
y callo. Lloraré.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario