Una vez más los dados arrojaron
una figura limpia:
dos ciervos que se sumen en el lodo
benéfico del mito
y que, girando en órbitas de mieses,
renuncian a la pena.
Leo este signo ambiguo pero cierto
y entreveo un futuro
en lo jugado: nunca me negó
el mundo, aunque recién
ahora vuelva a disfrutar de su odre.
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